Victor Hugo
El hombre que ríe (1869)
«A tu lado me siento degradada, ¡qué alegría! ¡Qué insípido es ser alteza! Yo soy augusta, no hay nada más fatigoso. Degradarse descansa. Estoy tan saturada de respeto que necesito desprecio (...)
Te amo no solo porque eres deforme, sino porque eres abyecto. Amo al monstruo y amo al histrión. Un amante humillado, escarnecido, grotesco, horrible, expuesto a la risa en esa picota llamada teatro: todo esto tiene un sabor extraordinario. Es como morder el fruto del abismo. Un amante infamante, ¡qué cosa más exquisita! Hundir los dientes en la manzana del infierno, no del paraíso: eso es lo que me tienta, esta es mi hambre y mi sed, y yo soy esta Eva. La Eva del infierno. Tú, probablemente sin saberlo, eres un demonio. Me he reservado para una máscara de sueño. Tú eres un títere cuyos hilos mueve un espectro. Tú eres la visión de la gran sonrisa infernal. Tú eres el señor que esperaba. (...)
Gwynplaine, yo soy el trono, tú eres una tarima. Pongámonos al mismo nivel. ¡Ah! Soy feliz, ya estoy degradada. Me gustaría que todos pudiesen saber cuán abyecta soy. Se postrarían aún más, porque cuanto más aborrecen más se arrastran.
El género humano es así. Hostil, pero rastrero. Dragón, pero gusano. Oh, soy depravada como los dioses (...) Tú no eres feo, eres deforme. Lo feo es pequeño, lo deforme es grande. Lo feo es la mueca del diablo a las espaldas de lo bello. Lo deforme es el reverso de lo sublime (...)».
«Te amo», exclamó la mujer. Y le mordió con un beso.
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