jueves, 27 de enero de 2011

Albada

Las albadas son poemas sobre enamorados que se separan al alba; en este caso, la enamorada de Larkin es la vida misma, acompañada por la comprensión, cruda pero sincera, de que no sigue más allá de la tumba, y de que pensar lo contrario es engeñarse.

Philip Larkin
Albada

Trabajo todo el día y me medioemborracho
por la noche. A las cuatro, me despierto mirando
la oscuridad callada. Saldrá, dentro de poco,
luz de entre las cortinas. Veo, hasta entonces, lo
que siempre ha estado allí: muerte incordiante, un día
ahora más cercana, haciéndome imposible
toda pregunta excepto esas de cómo, dónde
y cuándo moriré. Inútiles preguntas:
ya el temor de morir, y estar muerto, de nuevo
centelleando me dormía y me horroriza.

 La mente queda en blanco con el resplandor. No
por los remordimientos —el bien que no se ha hecho,
amor no dado, tiempo malgastado— ni por
las penas: una vida puede ser poco tiempo
para que los comienzos errados se superen,
y puede no lograrlo, sino por ese eterno
y completo vacío, la segura extinción
a la que siempre vamos y en que nos perdemos.
No estar aquí, ni estar en ningún otro sitio,
y pronto; nada más terrible ni más cierto.

Ningún truco disipa este modo especial
de tener miedo, como la religión solía
intentar, ese inmenso, armónico brocado
apolillado que se creó para hacernos
creer que no moriremos, o esa tela ilusoria
que dice: «Ningún ser racional teme lo
que no siente», sin ver que ese es nuestro temor
—nada que ver, ningún sonido, ni sabor,
caricias ni olor, nada con que pensar ni amar,
la anestesia de la que nadie vuelve en sí.

Y, así, esto está en el límite de la visión, pequeño
borrón, escalofrío permanente que cada
impulso ralentiza hasta la indecisión.
Casi todas las cosas pueden no ocurrir: esta
lo hará, y el comprenderlo nos hace enfurecer,
aterrados, si estamos sin compañía o sin
alcohol. No es solución el valor: significa
no asustar a los otros. Que uno sea valiente
no lo puede librar de la tumba. La muerte
vendrá de cualquier modo, te quejes o te aguantes.

Poco a poco, hay más luz; la alcoba cobra forma.
Allí está, simple como un ropero, aquello
que sabemos y siempre hemos sabido, ese
saber que no hay salida sin querer aceptarlo.
Una parte ha de irse. Mientras, se encogen, listos
para sonar, teléfonos de despachos cerrados.
Indiferente y difícil, este mundo alquilado
empieza a despertarse. El cielo es blanco
como arcilla, sin sol. Hay trabajo que hacer.
Carteros como médicos van de una casa a otra.

miércoles, 19 de enero de 2011

El funeral de Dios

En muchos casos, como reconocerá forzosamente más de un ateo, la pérdida de la fe se vive como algo más doloroso que liberador. El gran novelista Thomas Hardy se esforzó por conservarla todo el tiempo que pudo, pero al quedarse sin ella consideró que se merecía unas exequias dignas y conmovedoras.

I
Lentamente un cortejo vi pasar,
frente arrugada, hundido el ojo, corvos, canos.
Tenían los primeros, al sol crepuscular,
como una forma extraña y mística en sus manos.

II
Por contagioso pálpito mental,
o latente saber que dentro de mí había,
y cuyo influjo se empezaba a hacer notar,
su dolida conciencia se hizo también mía.

III
Aunque la forma, a mi borrosa vista,
parecía de hombre, pronto se trocó
en una nube amorfa, de talla nunca vista,
y con alas, a veces, de gloriosa extensión.

IV
Y este fantasmagórico variar
mantuvo a lo largo de toda la andadura;
mas ni un momento dejaba de simbolizar
enorme poderío, y amorosa dulzura.

V
Sin darme apenas cuenta, silencioso,
me incliné hacia el paso de la comitiva;
ellos, que iban siendo más y más numerosos,
voceaban su angustia, y así el rumor se oía:

VI
«Oh proyección del hombre, tú, Figura,
reciente imagen nuestra, ¿habrá quien sobreviva
tu final? ¿Qué nos tentó a crearte, qué locura,
si ahora ya no podemos mantenerte viva?

VII
»Concebido celoso y sin medida,
le hicimos con el tiempo recto judicante,
dispuesto a bendecir a los de dura vida,
sufrido, y en msericordias abudante.

VIII
»Y, ofuscados por nuestro antiguo sueño,
hambrientos de consuelo, llegamos a mentirnos;
a erigir en creador nuestro propio diseño,
y de imaginaciones nuestras persuadirnos.

IX
»Pero el Tiempo, sin freno, sigiloso,
hizo que la inflexible y brusca realidad
al Rey de nuestra hechura en estado ruinoso
dejase, hasta abatirlo; y perecido ha ya.

X
»Sin luz, a tientas, vamos al olvido
de nuestro mito, exangües, y en peor malandanza
que los que en  Babilonia alzaban su gemido,
pues su Sión aún era una viva esperanza.

XI
»¡Dulces años, huidos en tropel,
en los que el día daba sus primeras vueltas
con rezos confiados, y al ocaso, fiel,
me acostaba gozando de su clara presencia!

XII
»Su sitio, ¿quién o qué lo ocupará?
¿Adónde, en su angustia, mirará el caminante
buscando el astro fijo que acelerará
su paso hacia la meta del esfuerzo constante?».

XIII
Entonces vi que al fondo había unos cuantos,
dulces mujeres, mozos, hombres, que clamaban,
incrédulos: «¡Es falso, de paja! ¡Su planto
es una burla! ¡No ha muerto en nosotros, ni se acaba!».

XIV
Yo no podía respaldar su fe,
aun conociendo a muchos de ellos; me apidaba
de todos, y pese a enmudecer, no me olvidé
de haber preciado antaño lo que ellos lloraban.

XV
Cómo sobrellevar aquel dolor
parecíame, empero, el terco interrogante
de cualquier mente viva, y al ir viendo mejor
vi asomar con certeza un resplandor distante.

XVI
Para aliviar la noche general,
decía de él un grupo, pequeño y apartado:
«¿No veis crecer la luz, despacio, allá al final?».
Pero de todas las cabezas fue negado.

XVII
De los que componían esa gente
los había virtuosos, intachables los más...
Turbado, dudoso entre sombra y luz naciente,
seguí con paso maquinal a los demás.

martes, 18 de enero de 2011

Nunca fui capaz

Nunca fui capaz de leer "El niño que enloqueció de amor".
Nunca fui capaz de amar sanamente.
Nunca fui capaz de aceptar tus proezas.
Nunca fui capaz de tampoco de verlas.
Nunca fui capaz de olvidarme de ti y no necesitarte.
Nunca fui capaz de explicar que no existes, no lejos del arte.
Nunca fui capaz de encontrarte en un sueño.
Nunca fui capaz de dejarte ir con él.