jueves, 30 de junio de 2011

El Golem

Gustav Meyrink
El Golem, «Miedo» (1915)

Era una horrible criatura gris, ancha de espaldas, con las proporciones de un hombre robusto, apoyado en un nudoso bastón en espiral de madera blanca.
Donde debería haber estado la cabeza, no acertaba a distinguir más que un globo nebuloso de vapores diáfanos. Un intenso olor a madera de sándalo y a tierra mojada emanaba de la aparición. La sensación de estar completamente indefenso en sus manos casi me hacía perder el sentido. La tortura que me había agotado durante todo aquel tiempo se condensaba ahora en un terror mortal y estaba allí concentrada en aquel ser que tenía enfrente. El instinto de conservación me decía que solo con mirar el rostro del fantasma enloquecería de horror y de miedo (...) y sin embargo me atraía con la fuerza de un imán, y no podía apartar la mirada del diáfano globo de niebla, y buscaba en él los ojos, la nariz, la boca. Pero por mucho esfuerzo que hiciera por descifrarlo, aquel vapor seguía allí, inmóvil, impenetrable. Conseguía ciertamente colocar sobre aquel tronco toda clase de cabezas, pero sabía que eran tan solo fruto de mi imaginación. Desaparecían todas casi en el mismo instante en que las había creado. Solo la cabeza de ibis egipcia se mantuvo un tiempo.
Los contornos del fantasma, que destacaban espectrales en la oscuridad, se contraían de forma apenas perceptibles y se dilataban de nuevo, como si toda la figura estuviese dotada de una lenta respiración, único movimiento que era posible observar. En vez de los pies, se apoyaban sobre el suelo unos muñones óseos, cuya carne, gris y exangüe, se había contraído hacia arriba formando unas hinchazones concéntricas.

miércoles, 29 de junio de 2011

El placer de la ejecución

Marqués de Sade
Justine o los infortunios de la virtud (1791)

¿Acaso nuestros lugares públicos no se llenan de gente cada vez que se asesina a alguien conforme a la ley? Y lo que llama la atención es que el público está compuesto mayoritariamente de mujeres: estas se sienten más atraídas por la crueldad que nosotros porque tienen un espíritu más sensible. Eso es lo que los tontos no comprenden.

Amar lo feo

Victor Hugo
El hombre que ríe (1869)

«A tu lado me siento degradada, ¡qué alegría! ¡Qué insípido es ser alteza! Yo soy augusta, no hay nada más fatigoso. Degradarse descansa. Estoy tan saturada de respeto que necesito desprecio (...)
Te amo no solo porque eres deforme, sino porque eres abyecto. Amo al monstruo y amo al histrión. Un amante humillado, escarnecido, grotesco, horrible, expuesto a la risa en esa picota llamada teatro: todo esto tiene un sabor extraordinario. Es como morder el fruto del abismo. Un amante infamante, ¡qué cosa más exquisita! Hundir los dientes en la manzana del infierno, no del paraíso: eso es lo que me tienta, esta es mi hambre y mi sed, y yo soy esta Eva. La Eva del infierno. Tú, probablemente sin saberlo, eres un demonio. Me he reservado para una máscara de sueño. Tú eres un títere cuyos hilos mueve un espectro. Tú eres la visión de la gran sonrisa infernal. Tú eres el señor que esperaba. (...)
Gwynplaine, yo soy el trono, tú eres una tarima. Pongámonos al mismo nivel. ¡Ah! Soy feliz, ya estoy degradada. Me gustaría que todos pudiesen saber cuán abyecta soy. Se postrarían aún más, porque cuanto más aborrecen más se arrastran.
El género humano es así. Hostil, pero rastrero. Dragón, pero gusano. Oh, soy depravada como los dioses (...) Tú no eres feo, eres deforme. Lo feo es pequeño, lo deforme es grande. Lo feo es la mueca del diablo a las espaldas de lo bello. Lo deforme es el reverso de lo sublime (...)».
«Te amo», exclamó la mujer. Y le mordió con un beso.

El aquelarre

Francisco de Goya, El aquelarre, 1797-1798, Madrid, Museo Lázaro Galdiano.

jueves, 23 de junio de 2011

Exhortación al martirio

Tertuliano (siglos II-III)
Exhortación a los mártires, 4

Pero el temor a la muerte no es tan grande como el temor a los tormentos. Recordemos a aquella famosa mujer ateniense que, aun conociendo perfectamente la trama de la conjura y habiendo sido sometida a tortura por el tirano, nunca dio los nombres de los conjurados sino que se arrancó la lengua de un mordisco y se la escupió a la cara para que entendiesen que con las torturas, aunque se prolongaran mucho tiempo, nada podrían sacarle. Y también es conocido un rito que para los espartanos tenía la máxima importancia: la flagelación. En este ceremonia sagrada los jóvenes más nobles son azotados delante del altar en presencia de sus padres y parientes, y estos les exhortan a perseverar en el suplicio.
Y consideran que no hay mayor título de honor y de gloria que perecer bajo el sufrimiento sin haber proferido ni un solo grito de dolor. Así pues, si es lícito por afán de gloria terrenal exigir semejante prueba de fuerza del ánimo y de los sentidos, de modo que estos puedan demostrar que no hacen caso de la agresión de las armas, del suplicio de las llamas, de los tormentos de la cruz, del furor de las fieras, del refinamiento de las torturas, todo con la sola ilusión del elogio humano, puedo decir con justicia que muy pequeños son vuestros sufrimientos frente al fulgor de la gloria divina y de la recompensa celestial.
Si tanto estimamos el vidrio, ¿en qué mayor consideración no deberemos tener a la perla? ¿Y quién no querrá dar por la verdad lo que otros han ofrecido de buen grado por la mentira?